Farsantes

Dicen que luchan contra el Estado, que no tienen Dios, ni amo pero su ceguera no les deja ver que tienen un amo al que no rechazan y llaman sociedad. 
La sociedad les ha instruido de manera tan profunda que no se plantean que les ha impuesto unas reglas que llaman moral, que esas reglas las ha transformado en leyes. 

Así como no ven esa imposición como tal y la transforman en leyes naturales indiscutibles siguen apoyando y propagando la doctrina. No ven su origen ya que viene desde las antiguas religiones al servicio del poder hasta la actualidad. Incluso llegan a pedir el cumplimiento de esas leyes admitiendo así el dominio que dicen odiar. Critican tanto las acciones como las palabras,  como nuevos sacerdotes de la moral. 

Estos progres, izquierdistas o anarquistas integran y abrazan la propaganda moral adquirida mediante la socialización adoptando esos conceptos y haciendo de ellos sus luchas, de esta manera aceptan la presión moral de la sociedad asumiendola como suya y cayendo en la crítica de quién no acepta esos preceptos. 

Sacralizan los COLECTIVOS como mito social, negando cualquier posibilidad de lucha individual incluso lanzando fieras críticas hacía las revueltas y acciones insurreccionalistas. Ven la revuelta como un enemigo latente que pone en riesgo su sueño de reforma social. 

Los colectivos tienen su razón de ser en la eterna lucha, ellos se hacen paladines del «bien» tomando el concepto moral de la sociedad sistémica, y en realidad la manida revolución aplazada sine die solamente visa una reforma, un lavado de cara ya que no discute las bases de ese sistema: la sociedad y sus leyes morales que solamente son adaptadas a los deseos «revolucionarios» de los colectivos. De esta manera los colectivos en realidad garantizan su existencia ya que no quieren la destrucción del sistema solamente una adaptación «más humana». Así, los colectivistas entienden la sociedad como un instrumento que protege a la persona y a su vez —y a cambio— la persona debe servir obligatoriamente a la sociedad estableciendo una dependencia que en realidad no discute la estructura y solamente la transforma ligeramente. Se sigue hablando de derechos —con permiso del Estado/sociedad— y de deberes que son obligaciones inexcusables,  eliminando la autonomía del individuo.

Esta asunción de la sociedad colectiva permite un discurso conocido a oídos adiestrados y a mentes no deseosas de autonomía. El nuevo / viejo amo al que servir disfrazado de un fin común. 

La identificación del sujeto con un colectivo le da cierta sensación de seguridad y potencia que no siente por sí  mismo al sentirse débil para enfrentarse a la dureza del sistema. Esa debilidad ha sido aprendida desde la infancia, impuesta la necesidad de socializar sometiendo las necesidades individuales a los objetivos del grupo. 

Como sujeto débil prefiere atarse a objetivos que sabe que no puede alcanzar y que son «moralmente» superiores. Así el colectivo permite seguir atado a esa seguridad que da el enfrentarse con lo conocido de forma negativa y no partir hacía la creación de nuevas vías desconocidas que estén al margen del sistema. 

Solamente matando esa moralidad recibida mediante el adoctrinamiento se puede llegar a analizar sin ideas preconcebidas, sin embargo la izquierda arrastra esa lacra adaptándola y así erigiéndose en guardián y juez de la verdad y moralidad. La izquierda desea eliminar la disendencia de la misma manera que el resto del sistema, así se pone al lado de leyes, jueces y carceleros cuando sirven a sus objetivos. 

El individuo anárquico se debe a sí  mismo y en su lucha por la libertad y en contra de la opresión no tiene más objetivo que alcanzar esas metas, luchando sin tregua ni descanso contra la opresión y los farsantes que colaboran con ella. 

Kuro 

Julio 2016

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