¿Feminismo? ¿Caridad?

¿Feminismo? ¿Caridad?

¿Feminismo? ¿Caridad? de María Lacerda de Moura  publicado en Jornal Independente O Ceará  (1928)

La palabra “feminismo”, de significado elástico, desfigurada, corrompida, mal interpretada, ya no dice nada de las reivindicaciones feministas. Resbaló hacia el ridículo, a una concepción vaga, adaptada incondicionalmente a todo lo relacionado con la mujer. En cualquier chica, a cada paso, vemos la expresión “victorias del feminismo” –refiriéndose , a veces, ¡a una simple cuestión de moda! A ocupar un puesto destacado en una institución pública, a cortarse el pelo «à la garçonne»1, a viajar sola, a estudiar en academias, a publicar un libro de poesía, a ser echadora de cartas, a divorciarse tres o cuatro veces, a ser de las columnas “Para todos”2, a cruzar a nado el Canal de la Mancha, a ser campeona en cualquier deporte– en todo eso consiste “las victorias del feminismo», victorias que no significan nada frente al problema de la emancipación integral de la mujer.

La verdadera emancipación es apartada a un lado.

Es una táctica bien empleada. Mientras las mujeres se contentan con esas “victorias”, su emancipación es dejada de lado o no llega ni a ser descubierta por los reivindicadores de los derechos adquiridos… Y esas reivindicaciones no se pueden limitar a una acción caritativa o a un simple derecho de voto que no va, de ninguna manera, a solucionar la cuestión de la felicidad humana y se restringirá a un número limitadísimo de mujeres. Además, cuando los hombres serios se retiran, en ostracismo voluntario, de esa política de latrocinios oficiales, de esa bacanal parasitaria, de esa impúdica forma de tratar los negocios públicos; cuando se decreta positivamente la quiebra, el descrédito del parlamentarismo en toda una sociedad en descomposición, es cuando la mujer despierta y sale corriendo tras el voto, cosa que debio ser luchada hace cien o doscientos años… o supone, ingenuamente, estar cuidando de los intereses femeninos o del interés social.

La solución a los problemas humanos no es la caridad.

Cuando llegamos a la conclusión de que la caridad humilla, desprecia, emascula, desvitaliza al que da y al que recibe, es cuando sentimos que la solución para los problemas humanos no es la caridad que sofoca todas las fibras interiores de las que tira, las caras exhibidas de la miseria, las sobras, lo superfluo; la caridad que estrangula todas las energías latentes de aquel que extiende las manos para recibir servilmente lo que sobra de las orgías y de la explotación de los que viven del trabajo ajeno; es cuando por sí misma, la moral de la que se alimenta la sociedad vigente decreta la carencia, esa moral odiosa, de clases de ricos piadosos y de pobres que recibirán limosnas, de explotadores caritativos y de explotados calculadamente vigilados por las fuerzas armadas, de mantenimiento de la pasividad exterior y de la revuelta de los esclavos modernos, esa moral farisea que para los ricos aconseja ejercer la caridad, la distribución ostentosa de los superfluo adquirido a costa del sudor proletario, y para los pobres recomienda la resignación pasiva, el recibir humildemente las sobras que salpican de las mesas de los ricos y mirar agradecidos a esas manos orgullosas que se divierten en la caridad exhibicionista de los salones elegantes, sacando provecho de las miserias sociales para su placer; es cuando nuevas fórmulas de una moral más pura se nos presentan para otra organización social con más equidad –aún la mujer está convencida que su más alta misión en la vida es la caridad y solamente conoce la cuestión social a través de la caridad, esa caridad de tés, tangos y requiebros en los salones…

Gastan fabulosas sumas en la construcción de iglesias y explotan torpemente a los criados.

Esa misma mujer que reparte altas sumas para la construcción de iglesias u hospicios religiosos explota a los criados, a la cocinera, a la lavandera, a la modista contratada para trabajar en su casa, horas y horas, bajo la mirada impertinente de la mundana ociosa, de la virtuosa criatura que por las columnas de la presa extiende las manos dadivosas consolando a los infelices, los desposeídos de la vida… Paga por un sombrero, por una pluma, por un pendiente, por un vestido de fiesta, por un abanico, por una sombrilla, por una joya, por cualquier disfraz, sumas fabulosas e increíbles, entre tanto ejerce una presión vergonzosa sobre la modista que le cobra una miseria por cualquier trabajo hecho con sacrificio inaudito, en horas triturantes de agonía, por la noche después de la jornada de trabajo diario en el taller, en el que ya también le quitaron la sangre en la amargura de la explotación por el salario.

Llora ante la pantalla del cine y se muestra impasible ante las injusticias sociales.

Sentimentalismo en la piel que hace llorar ante la pantalla del cine y, todavía, hipa entorno a la elegante caridad toda la miseria titánica de la lucha por la vida y ella no ve, no quiere ver, el sufrimiento milenario de la mujer proletaria, de ignorancia calculadamente cultivada a través del pan duro de cada día, en el trabajo exhaustivo de la fábrica, de las oficinas y el doméstico –sirviendo a la hartura ociosa de la alta sociedad o de los burdeles de vicio elegante. La piedad de las señoras caritativas no ve nada, no sabe de la lucha dantesca de una pobre muchacha del pueblo que resbala en la miseria más negra si no cae en los brazos abiertos de la prostitución “necesaria” en esta sociedad bestial y moralista. La actividad de la mujer elegante sólo sabe alimentarse de esa caridad exhibicionista de los salones iluminados, donde ostenta su belleza, sentimientos y una bondad estudiada ante el espejo. La mujer es vanidosa, conformista y los psicólogos femeninos andan preocupados en agradar, en hacer psicología de alcoba –no profundizan, no quieren ver la falsedad de los sentimientos caritativos de la mundanidad elegante. Ella prefiere continuar sufriendo las consecuencias de su servilismo, de la sumisión en el desarrollo de su carácter y de las dificultades de iniciativa para luchar contando con las propias energías. Busca conservar su parasitismo dorado, indiferente a los males sociales: es odalisca y cortesana, pero va a la iglesia en las horas elegantes a rezar por el prójimo y bailando un paso moderno ejerce la caridad. ¡Cómo es odiosa y perversa esa caridad!

Civilización de protectores y protegidos.

La mujer doblemente esclavizada es quien no comprendió que es necesario levantar el ánimo abatido del que lucha, del que piensa en sucumbir a los embates de la injusticia social, procurarle medios y subsistencia por el esfuerzo personal y hacer de él un individuo capaz de ver la civilización de hartos y hambrientos, de ociosos parásitos viviendo a costa de del sacrificio ajeno, civilización de protectores protegidos, de lobos y corderos, en la que los más altos sentimientos se confunden con las más torpes bajezas de látigo azotador, de avaricia y proxenetismo, de exceso de ociosidad y de miseria. En todo, también en la literatura, esa literatura nefasta, de elogio, de alabanzas incondicionales, literatura odiosa endiosando a la fémina, literatura a la que Julio Dantas3 contribuye para el cultivo sistemático de la comodidad, de pataleos y cortejos, de falso sentimiento, de sentimentalismo para el público. Es el raciocinio oscurecido por la esclavitud femenina secular de la tutela de los dogmas y de las modas, de los perjuicios y de la rutina, lo que se cierra tras la lluvia de galanteos ,de frases hechas. Y la mujer olvida que tiene lago más que la carne de sus perturbadores contornos. Deja de ser mujer para ser apenas el animal del hombre. La gran miseria, el gran dolor de las injusticias sociales vive a su lado y la mujer desvía la mirada para poder divertirse, gozar de los privilegios y de su acomodado adorno, de predilecta número uno, de prisionera en jaula dorada de avenidas elegantes, siempre la misma esclava, odalisca y cortesana.

Adormecida entre telas.

El alma femenina yace adormecida entre telas y joyas del imperio de la moda –la eterna sultana de ese harén de civilizados que aún compra, vende ,explota, seduce, abandona por descartable a la misma mujer cuya imagen es su única preocupación. Es deprimente la situación de la mujer burguesa en este medio de prostitución social, en el que los hombres no saben mirar a una mujer sin perderle el respeto.

¿Para qué nombrar a las asociaciones retrógradas del feminismo de caridad?

Sin duda es doloroso escrutar las miserias de los hambrientos, de la desnudez, de los cortijos. Pero no tratan de ahondar en la causa de la llaga sangrienta de la miseria, ni en el corazón de la opulencia, al lado de la ociosidad que se divierte cínicamente después de lanzar unas monedas para los desarrapados, monedas robadas del arduo trabajo de los explotados por un salario.

Divertimientos a costa del dolor.

Apenas hay preocupación en tirar migajas a la boca desencajada del hambre, solamente para que nos dejen en paz… Es divertirse a costa del dolor, de la amargura del hambre, es insultar al sufrimiento.

Y la miseria está de tal modo humillada, deprimida, que no tiene fuerzas para devolver, orgullosamente, los restos que se le tiran a través de los esplendores de los salones elegantes, por entre las puntas de los dedos enguantados para que no vuelva una salpicadura de las calzadas a embarrarles las dadivosas manos. Ojalá no hubiera ociosos hartos, degenerados por el tedio y por los vicios elegantes, no hubiera explotación de la mujer por el hombre, y entonces ciertamente no sería “necesaria” la prostitución, esa perversidad innombrable en nombre de la virtud.

La caridad es la ventana de la conciencia abierta para la exploración diurna y nocturna del proletariado en las oficinas, en las fábricas y, del campesino y del colono en la agricultura. Para que la elegancia brille, para que triunfe lo mundano, para que los cabarets y los casinos vomiten ociosos es preciso que el colono, el campesino y el operario de ambos sexos sean triturados, plegados, aplastados en las oficinas, en las lavanderías, en las fábricas, día tras día, sin tregua, sin derecho alguno a no ser el derecho al trabajo obligatorio.

Varias supersticiones.

Es la moderna esclavitud del salario la que mata de hambre y cubre la desnudez de los hijos que también serán pronto destinados a la torpe y miserable explotación por el parasitismo social, incansable en su faena de acumular bienes para gozar a costa del sudor exhaustivo de las máquinas de trabajo, de los animales de tiro, del proletario mundial. Debemos a la superstición gubernamental, a la superstición religiosa sectaria, a la superstición patriótica, a la superstición nacionalista, a la superstición del progreso material, a la ganancia de unos y al servilismo de la mayoría el predominio de esta civilización de dos clases sociales: la de los ricos y la de los pobres.

A la humanidad le costará comprender que la vida social podría desdoblarse en un ambiente de solidaridad, de apoyo mutuo, sin amos ni esclavos, sin protectores ni protegidos, sin representantes parlamentarios en mediocracias diplomadas…

Religiones – instrumento de explotación de los incautos

Llevará aún muchos siglos percatarse de que las religiones organizadas, política y económicamente, no son sino instrumentos de explotación de los ignorantes, de los desfibrados, de los ambiciosos, de los moluscos, de los que carecen de espina dorsal…

Nadie crece en su individualidad a través de la consciencia o de la inconsciencia de otro. No está demás repetir que la actual organización social se basa en la ignorancia de unos, en el servilismo de la mayoría, en la astucia de otros, en la comodidad de muchos, en la explotación por los listos, en la felicidad de los proxenetas y los mantenidos, de esa prostitución, de ese régimen de competencia en el que se compra y se vende todo, incluso el amor y la consciencia –las más altas manifestaciones de lo que es noble, bello y grande, de lo que alborota en vibración interior de nuestra vida profunda.

Representación parlamentaria: un tiovivo.

Sentimos que las mentalidades de la élite superaron hace mucho la moral actual que intenta encadenar aún las aspiraciones humanas libertarias. Todo quebró: la iglesia, el parlamentarismo, la educación, la institución legal del matrimonio, la universidad, el patriotismo. Y es  ahora cuando la mujer viene a reivindicar el derecho al voto cuando la representación parlamentaria es un tiovivo y el sufragio universal una mentira. La mujer, esa formidable energía latente que está despertando para la actividad social, ya fue atada por el pasado reaccionario para dispersar todas sus fuerzas en la corriente de las “verdades muertas”.

Feminismo de votos y feminismo de caridades.

Ésta es la razón por la que no puedo aceptar ni el feminismo sufragista y mucho menos el feminismo de caridad. Mientras tanto la mujer se olvida de reivindicar el derecho a ser dueña de su propio cuerpo, el derecho a la propiedad de ella misma. Soy una indeseable, estoy con los individualistas libres, los que sueñan más alto una sociedad donde haya pan para todas las bocas, donde se aprovechen todas las energías humanas, donde pueda cantar un himno a la alegría de vivir en expansión de todas las fuerzas interiores, en un sentido más alto –para una limitación cada vez más amplia de la sociedad sobre el individuo. ¿Qué representa una guardería, un hospital o un derecho al voto ante la amplitud de nuestros sueños de redención humana por la propia humanidad? Es subir más alto el corazón y el cerebro, ver horizontes dilatados –mas allá del sectarismo religioso o de la superstición social gubernamental. ¿Eso es feminismo? Denle el nombre que deseen, importa poco. Lo que mi feminismo (no me agrada una expresión tan estrecha para un ideal tan amplio) reivindica es el “Derecho Humano”, el derecho individual , por encima de cualquier otro derecho, mas allá de los derechos limitados del parlamentarismo, por encima de cualquier otro derecho, más allá de los derechos de clase.


Maria Lacerda de Moura

Tradución Kuro Diciembre 2017

https://facadax.com/2017/05/26/feminismo-caridade/

MlacerdaMaria Lacerda de Moura, Minas Gerais 1897 – Río de Janeiro 1945 fue una anarquista individualista, feminista,defensora del amor libre, anticlerical, antifascista, activista en medios políticos, literarios y culturales.

1 en francés en original.

2Colummnas en periodicos y dominicales con consejos.

3Julio Dantas poeta y dramaturgo portugués que trataba de temática romántica.